--¡Basilisa, Basilisa! ¡Haz la comida, barre la casa, trae la leña, ordeña las vacas, y date prisa, no pongas esa cara, que parece que vienes de un entierro!
No. No es la historia de Cenicienta, ni un plagio. Es un extracto de un cuento ruso. ¿Quién fue primero? ¿Basilisa o Cenicienta? Responder a estas preguntas provoca el mismo dilema que aquél del huevo y mamá gallina.
Algo que me gusta de la literatura tradicional es su calidad de universal: esas coincidencias, esos personajes rebautizados una y otra vez, esos arquetipos. Así, en mi perpetua estupidez, imagino que todo y todos provienen del mismo huevo (puesto por un gallináceo dios); y andamos por el mundo fritos, revueltos, pochés, con jamón, tibios o cocidos.
Qué cool, todos primos-hermanos. (Aquí podemos cantar It´s a small world, agarrados de las manos y con los encendedores en alto).
Pero ni madres. Ni Basilisa, ni Cenicienta ni la Gallinita de los Huevos de Oro existieron. Pura imaginería.

Pero en la imaginación Basilisa tenía una muñequita mágica que funcionaba si se le daba de comer. El sábado alguien querido me regalo una muñequita, sólo que ésta es anoréxica. Aunque, tal vez con agüita baja en sales nos cumpla nuestros deseos. En lo que ocurre, Basilisa La hermosa puede leerse allá, en el cielo azul. Es una historia coleccionable.




Debería existir un medidor para saber cuántas horas-saliva hemos dedicado a rumiar con ayuda de un chicle. De todos los chicles masticados, algunos contienen una historia: está el que nos acompañó a la cama porque olvidamos, o no queríamos, escupirlo. El chicle ingrato, en algún momento de la noche, salió de nuestra boca y, friolento, buscó cobijo en nuestra cabellera. La consecuencia, al siguiente día, aguardaba en el filo de unas tijeras que cortaron el mechón asfixiado por la goma de mascar.
Según los cánones de las vanguardias, el expresionismo buscaba manifestar el estado del artista ya no a través de los elementos "reales" sino valiéndose de todo aquello que estuviera a la mano --en el seso-- del creador. En esta ilustración de Víctor Slama logro entender el trasfondo político, la ebullición de los años 20 que sería sólo antesala para un siglo telúrico. Pero no sé quién o qué es el espectro amarillo que acecha: ¿la clase reinante, la burguesía, la industria, el hambre, la guerra, la represión? Tal vez algún día me tope con la explicación erudita sobre esta imagen; mientras, la esencia de este cuadro (el monstruo yema) se adapta a mi noción de pesadilla, tanto onírica como real. Y justo soñé con un monstruo-yema, con su esencia: un tipo intoxicado que me perseguía por calles desiertas, violencia in crescendo, y que terminó acorralándome en un jardín cercado. Excluyendo mis sueños de acción tipo Arma Mortal I, II, III y IV, esta es la tercera vez que sueño que mato a alguien. Y dicen que la tercera es la vencida, en este sueño no maté por ira, sino por terror. La diferencia pareciera que se materializa en el pincel de Slama.






