El aire, entre los árboles, roba hilitos de clorofila para teñir su voz de verde. Hojas las palabras que caen sobre los días; hojas prisioneras en algún libro para que el tiempo las preserve desecadas, frágiles, crujientes. En el herbolario, nuestras hojas y las hojas de otros guardan el secreto de la savia casi intacto.
Debería tener un parque frente a la casa, con veredas de adoquines impregnados de humedad, árboles altísimos, saturado de verdes armando una filigrana que impida ver casa y edificios; que por un momento oculte el horizonte aprisionante de la ciudad. Tomaría el café ahí sentada y, eventualmente invitaría a alguien. No a cualquiera. Son pocos, escasos, aquellos que recibirían invitación escrita sobre pergamino, con tinta verde, lazo verde, y una flor prensada a modo de firma .
jueves, noviembre 06, 2003
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