Hoy recordé una caricatura de Quino: Mafalda alienta a su madre quien, pañuelo en la cabeza y plumero en mano, limpia y limpia y limpia; Raquel (que así se llama la madre, eso lo sabemos por otra viñeta) algún día será la dueña de una polvareda (Mafalda dixit). Y recordé que de niña no me gustaba la imagen de Raquel: en su casa, guisando sopa y limpia y limpia y limpia.
Ahora tengo más tiempo para limpiar (gracias, desempleo), hasta puedo limpiar con un cotonete húmedo los botones de lo que se me pone enfrente; y vaciar cajones, darle brillo a la plata --ok, a las 3 piezas de plata que tengo-- sin que nada me apure. Podría decir que tengo más tiempo para leer, para escribir tonterías y para retomar MI proyecto. Entonces no sería Raquel. O postear sobre el inmenso arco iris que vimos hoy (arco completo), cosa rarísima en esta ciudad de nulo horizonte, y sobre su simbología: el de puente entre lo terreno y lo celeste, entre el aquí y el más allá. Y defender con mis ociosas lecturas un icono gastado que deja de serlo cuando lo vemos en el cielo (a quien no le asombre algo le falla en el cerebro). Y sería más Mafalda y menos Susanita.
Pero no. Hoy soy la dueña de la polvareda, que vierte hielos en el florero de la ofrenda para que ésta no se esfume, que lija el sarro acumulado en la regadera, que extermina la ropa sucia, que sí seca los platos con trapo, que guisa cositas ricas, que trae puesta una camiseta rota (y sucia) y que deja calaquitas:
Tomada por mi retina vigía, Felipe Huerta, allá en Coyoacán
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