miércoles, agosto 27, 2003

Tuve uno de esos sueños que me apagan el interruptor anímico: un restaurante, que más parecía templo, gente conocida que entraba y salía, gente que nunca he visto y que sin embargo me conocían: yo estaba sentada en una jardinera (lluvia de por medio), fumando (uts, ahora hasta en sueños fumo). Cada uno me saludaba y me dejaba “algo” para que lo guardara en mi bolso. Yo tenía muchísima hambre. Me asome al bolso, estaba repleto de cositas, cada una con una etiqueta: pulseras, fajos de dinero, un dulce, llaves, listones, la miscelánea de todos esos personajes. Y todo era fumar, la aprensión, la inquietud de saberme albacea de esos objetos; y el hambre (móndrigos, nadie me preguntó si ya había comido).
Se hizo de noche, aparecieron otros personajes (sospechosos), el tesoro peligraba; entonces entré al restaurante (que ya era aún más templo, y claro, ya no había servicio): vegetación tropical, antorchas, ídolos de piedra (uts, medio hollywoodense). Y luego un ritual nada agradable con un artefacto espeluznante. Y todo se me fue en buscar la salida apretando el bolso, hambrienta, localizando letreros neón entre la maleza; cada letrero apuntaba direcciones y estaba rematado con un verso...ringgg, despertador.
En la siguiente versión, aventaré el cabalístico bolso y entraré al susodicho restaurante, pediré una mesa, un cacho de res, una botella de vino y no hablaré con nadie... mientras lavan las cisternas veré cómo prender el interruptor.

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