miércoles, octubre 06, 2004

No sé qué extraños laberintos son trazados cuando algo se nombra; la palabra se pierde en ellos, se bifurca, se ramifica y se transforma. Las lenguas romance suelen tener concordancias en sus palabras, pero hay casos en que los laberintos tuvieron su minotauro.
La palabra "ventana" no está hermanada con el "finestra" italiano ni el "fenêtre" francés (ambos, romances); sin embargo el "finster" alemán --que no es lengua romance como tampoco lo es el inglés-- asoma de la misma forma que los dos últimos ejemplos. "Ventana" proviene del griego ventum (viento), y este origen es el mismo que en el inglés "window" (de "wind", viento).
¿Qué ocurrió? ¿En qué momento fenestre (el circunflejo francés sustituyó la letra s) o finestra se cerraron en el español?
Mas existe una palabra que atestigua el punto de partida al laberinto: defenestrar. Es el verbo que sintetiza la acción de "arrojar a una persona por la ventana".
Los laberintos son inevitables. He necesitado del anterior para traer el siguiente grabado medieval:


Un accidente doméstico: el diablo (parte superior) defenestra a un niño (en el centro, en pleno vuelo) quien se salva milagrosamente gracias a la intercesión de la Virgen y su tropa angélica (la madre eleva los brazos, agradecida y ansiosa).
Una imagen también traza sus laberintos: de ella elucubramos sobre la palabra ventana, con ella soñamos ser estudiosos de iconografía medieval y vivir encerrados en un biblioteca para admirar iluminaciones "hasta que la muerte nos separe"; encontrar la similitud con un ex-voto o recordar un paisaje, en una mina de arena, que lucía así velado y polvoso.
Damos vuelta a la izquierda: la imagen es una alegoría de la fe. Pero para mí --le pongo un circunflejo-- es la alegoría de aquello que cae y que desearíamos fuera rescatado por manos invisibles, aunque tengamos la certeza de que al final se estrellará y sólo nos quedará recoger los fragmentos: nada es para siempre.

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