El insomnio, con sus ocho tentáculos, escurre por aquí; ahora me dormiría 100 años, como aquella princesita inútil que jamás aprendió a tejer y que seguramente nadie encontró porque quedó sepultada en 100 años de polvo. Y nada de besos principescos, por favor, que a estas alturas del partido (bien partido) no creemos en esos amores de panfleto. Ya sabemos que todo deseo esconde en sus comisuras la más gélida frustración.
Y la princesa durmió y durmió y murió de innanición; pero el polvo, que sí era amoroso en verdad, la transformó en fósil... y ella, cacho-tierra, aguarda la luz en una ciudad nunca nombrada.
Hay que dormir para no pensar sandeces.
O pensar sandeces para no dormir.
Mejor compro mi rueca y una almohada nueva.
jueves, enero 08, 2004
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