viernes, septiembre 17, 2004

Aquí, en espera de que el pastelillo salga del horno y rompa con la maldición del pastelero desmañanado. El desmañanado es un decir, jamás podría ser panadero. Si algún hado me arrojase a la cocina al amanecer, incendiaría media colonia. La mañana, para mí, agrupa todas las horas anteriores al mediodía. Y la mañana "baja" los pastelillos, quema las crepas y sala los frijoles. Pero, nada. Parece que este pastelillo va bien... aunque más le vale apurarse, necesito las hornillas pa guisar y ese mentecato Gas Natural tiene la presión baja por lo que la simultaneidad gastronómica no es posible en esta cocina.
Mientras puedo presentar a mi nuevo mayordomo, que es algo lento y tartamudo pero, eso sí, muy servicial: me sirve mis cafecitos con una nube de leche, me prende los cigarrillos, le saca brillo al mouse y se sienta sobre las tablas del librero. Hasta me ha ayudado a revisar la Danza Macabra que estoy traduciendo. Esto último ha resultado algo contraproducente (y no porque no tenga buena ortografía, es lento pero muy cultivado). Se dedica a preguntar, a quien se deja, si están preparados para morirse (y claro, a la gente le incomoda tal preguntita). --Si le dijeran que le quedan 24 horas de vida ¿usted está listo para fenecer? ¿qué tiene pendiente? ¿qué se le olvido decir, hacer, comer?--.
Enfin. Es un buen mayordomo. No merma la despensa: come como un pajarito. Aunque tengo que buscarle nombre, al pobrecillo nadie lo bautizó.
Me voy a enseñarle cómo "poner la mesa", que al rato llegan comensales a la colina. Y entre plato y plato, y cuchillo y cuchillo, veré si puedo contestar su cuestionario...


mi mayordomo nuevo, el sin-nombre

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