viernes, septiembre 03, 2004

Y nada que amaina la tormenta. No puedo partir hacia Polanco. La hora de llegada, allá, no importa mucho pero sí la de regreso a mi condenada casa-colina.
Tan fuerte es la tormenta que en el valle cuentan que esta colina se está deslavando; que semeja un gran flan recién desmoldado sobre el que escurre, desde la cima, un caramelo ambarino y dulcísimo... bueno, lo del caramelo sonó forzado, lo que realmente escurre --y sobre las aceras, nada de flan-- es un menjurge de tierra, lodo, grasa y restos de llanta quemada...nada, mejor sigamos con el caramelo que ya la lluvia empieza a oler a vainilla.
Sólo sé recrear golosinas. Pero también las transcribo, como este poema del tarot-master que estaba extraviado en mi carpeta de imágenes (nada que ver):

NIDOS
Ricardo Bernal

Guardaré la luna en mi bolsillo
entonces la ciudad será sólo espinas
esquemas
brazos rotos.

Bestiales barcos de guerra
recorrerán el ondulado callejón
de nuestros sueños
trazarán rutas de ruido
anclarán en medio de los ojos
y habrá cantos
miel en las espaldas
amor pisoteado en cada esquina
tormentas de trapo en cada lecho.

Y cada casa será un nido de sonámbulos
y cada cráneo un recipiente
de peces metafísicos.

Esconderé las estrellas
debajo de mi lengua.

Entonces la ciudad
quedará patas arriba
tarántula disecada
por los finos instrumentos
del Diluvio.

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