Bastó cerrar la puerta para que las palabras se quedaran sobre la mesa. Hacía falta salir. No se puede decir no al sol-húmedo de agosto. Llegué tardísimo a la cita, ni hablar, el segundo piso del periférico es el quinto jinete del apocalipsis. Los agostos tormentosos tienen su lado amable: la ciudad es timadora, todo vestida de verde y aparentemente limpia. Y anda uno por calles y avenidas en busca del viernes de ciudad-agosto. Al paso salen trocitos de atún, aderezos agridulces, palillos, líquidos burbujeantes y anguilas sin ojos. Y de nuevo uno camina para perderse, sin aliento, en la voz de otro. De regreso, las palabras aguardan sobre la mesa pero ellas no alcanzan para apresar los viernes, ni la ciudad ni agosto. Sólo queda el eco de la voz y el rencuentro.
viernes, agosto 06, 2004
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