Del fin de semana multitudinario quedó una pila de sábanas y colchas por lavar, la sensación de torbellino y un calambre de espalda (que no todos los lugares son buenos pa dormir), nada que una buena dotación de pastillas no atonte (casi, casi).
Y se acabó el verano, las vacaciones, o a lo que llaman vacaciones. Yo sigo en esta jija ciudad. Y sí, a ratos me da zozobra. Emulo la taza que tengo a lado y me pongo amargosita. Pero luego se me quita. Y ahora toca recuperar una lista de útiles, misma que guardé con tanto celo que terminó perdiéndose, y a forrar cuadernos y libros. Y este año le pondré una decena de etiquetas con nombre a los uniformes, pa que no se los vuelen, madres -ratas, que el año pasado dos prendas duraron un mes. Semana de escuelita. Eso toca.
Mmm. El café. Ni hablar. Sí ando amargosita (pa acordarme de las madres-roedoras...). Y ahí están las palabras en su salita de espera, leyendo revistas sobre lo que está in y out en linguística. Que esperen sentadas. Les traigo coraje, me quitan el tiempo-billetes. Y hoy, que ando como cafetera, no me sirve ese argumento de la trascendencia y el uy-tan-valiosas-que-son, basta mirar alrededor pa saber qué rige en esta superficie. Lo demás es un quijotito de galleta remojándose en mi café.
domingo, agosto 15, 2004
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