Ayer me fui toda la tarde a la calle, llevé al hijo a gastar su regalo de navidad que le dio su abuela: horas para bajar de la colina, horas para subir y en el inter entrábamos a las tiendas a ver y reir. Dedicamos gran parte del tiempo a ver reptiles, al final decidimos que utilizaríamos la pecera vacía para unos cangrejitos comunes (lo más adecuado para mi bolsillo, después de admirar las tortugas más hermosas que he visto, 2,300 pesos la pieza).
Desde el atardecer dediqué yemas al teclado: afinar un pequeño artículo, limpiar un par de archivos, elucubrar con ciertas sanguijuelas y apagar con gran aspaviento esta máquina gracias a un mago que no sabe qué hacer con los pollos rostizados.
Olvidé lavar la ropa, lavar los platos, hacer ciertas llamadas: mis olvidos, aparentemente nimios me quitan el sueño. Durante el insomnio meditaba que es difícil pensar en perversas sanguijuelas si dediqué la tarde al hijo; que los platos y trapear la cocina no tienen nada que ver con Walter Benjamin; y que debería diseñar un control remoto para cambiarme el canal cada vez que lo necesito.
Hoy, por la tarde, nos toca jugar con el tarot:
Esta Templanza es curiosa, tiene otro nombre, vierte colores en lugar de escanciar el agua, y vuela. Simbólicamente la templanza sueña fusionar agua y fuego, y este afán de imposibles resulta en la búsqueda constante del equilibrio. A esta Templanza de las hadas tal vez le sea más leve esta alquímica fusión. Me parece que esta imagen retrata el mundo de Nuberu (blog harto entrañable).
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