Ayer pasó el cuñado-junta-bichos; se dedica a recolectar arañas ponzoñosas para extraerles el veneno, mismo que los laboratorios compran para la elaboración de antídotos. Ver cajas con dos mil capulinas es irreal; lo real sucede cuando me topo con cualquier arañita de jardín, la mato sin dudar, no vaya a ser el diablo y sea una prófuga del cuñado.
Ayer traía una jaula repleta de ratones blancos (su pie de cría) cuyo destino es los estómagos de las tarántulas y una boa que tiene en su laboratorio.
El mundo carnívoro es implacable; sólo que al más carnívoro de todos, mi hijo, le entró su habitual espíritu redentor: pidió un ratón. Mi cuñado jamás dirá que no a la petición de animalito. Para colmo teníamos una pecera deshabitada. (Yo casi nunca digo no al espíritu redentor).
No odio a los ratones, y a las ratas citadinas guardo un gran respeto; amé a los hámsters hasta que sus muertes me anestesiaron; una en particular, la de Utopía, es inolvidable (pa que le puse ese nombre). Y otras historias ratoniles flotan en el ambiente. Ahora no me gusta agarrarlos, en fin... Rata Blanca dice hola y en mi frigo-casa duerme como lirón.
martes, octubre 07, 2003
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