Dos horas bajo el metro, una y media de regreso; el-árbol-que-abriga vive tan lejos de la colina; no me dijo que estaba roto, que ya no se moverá hasta que lleguen los reflectores del quirófano. Su fragilidad me desconcierta, y la imposibilidad de contener sus pasos o de aclarar su mirada de ciénaga.
Hice lo único que pude, traerme parte de su trabajo: un monstruo para formar, que iré alternando con la corrección que llegó por otro lado. Y reparé su máquina, que como pequeño espejo decidió romperse al unísono.
Y ahora apartaré un día semanal para recorrer los laberintos de la línea azul, dormitar los minutos, los segundos de un recorrido conocido, de una historia que se repite aunque yo no quiera.
Bajaré los archivos mientras el caldo de res se calienta. La sopa siempre consuela. El caracol blanco despertó en mi ausencia (sube lento): conchas blancas, huesos blancos, todo se fragmenta.
martes, octubre 21, 2003
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