Octubre inicia, para espantar las sombras (más bien porque no había opción) me dediqué a ser bolita metálica (como esas del Pin-ball) y rebotar por distintos puntos de la ciudad, resolviendo pendientes (amontonados por la apatía).
En una fría oficina oí recitar a un abogado la culminación de un proceso que duró un año; es irreal escuchar mentar los nombres de los muertos como si estuviesen sentados ahí. Finiquito. Salimos a Paseo de la Reforma, manifestación a la vista, y cielo despejado. Me entregaron un sobre con las fotocopias pertinentes; también dentro un Libro Pedido (que no encontraban en las cajas de la tía) que se había quedado en una maleta. Un libro de Cocina Yucateca. También tardó un año en salir.
Hasta que llegué a casa revisé el folder; la última hoja era una foto de mi primo. Fuimos cómplices: de los juegos gore, de la música de los 80, del silencio, de los te quiero sobrentendidos; pero también del temor, de la tibieza y de ese dolor culposo que nos tragamos en aquel velorio (debimos romperle su madre a la tipa aquella).
Mi primo-cómplice se mató en su moto; no falta el comentario:¡qué estupido! Cualquiera que conozca el sabor de la pasión entenderá el por qué alguien tira los dados aun frente a la posibilidad de terminar roto sobre el asfalto.
Sí. También éramos-somos cómplices de la estupidez. Buenas noches, primo.
El valiente
Ahí
donde la celeridad
es la comunión,
vértigo en los nudillos
la piel se abre.
Ahí,
donde ahuyentas el terror
de los días y veloz te elevas
como un pájaro extinto
memorioso de su cuerpo deleznable.
Ahora yaces
y heredas tu rostro encerado
a los ojos que se entornan
con tu ausencia.
Guardaré en una caja
tu rauda sombra.
El viento espira tu nombre.
Ahí,
los caminos son azules.
jueves, octubre 02, 2003
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