Cuenta un mito: La víspera del Día de Muertos Eulalia pidió dinero a su esposo, Juan, para preparar los alimentos y comprar los cirios. Juan se negó, el dinero es para los vivos, que ahí ella averiguara de dónde sacar. Eulalia, entristecida, elaboró tamales con harina de olote y hierbitas silvestres de la milpa. En lugar de aguardiente, ofrendó agua; en lugar de sal, caliza.
La Noche de Difuntos, Juan se fue a la cantina; el dinero es pa los vivos, ¡salud!, dos tequilas.
De regreso, muy cerca del río, vió pasar una comitiva: los primeros cantaban, reían y brillaban. Los últimos lloraban, cubiertos con sus rebozos, grises y traslúcidos. Al acercarse Juan reconoció los rostros de sus difuntos.
Corrió rumbo a su casa, despavorido. Prendió el fogón, mató un cerdo y él mismo fue temprano al nixtamal para comprar la masa de los tamales.
Esa noche montó una gran ofrenda, invitó a sus vecinos y rezó como un bendito.
Al día siguiente cayó enfermo, y no duró ni una semana. Todo había sido inútil; la noche de su tardía ofrenda, sus muertos ya habían partido.
Sea. La mezquindad es un monstruo hambriento. Con los vivos o con los muertos que cada quien se la coma con su pan, y provechito.
p.d.: odio a los mezquinos.
jueves, octubre 09, 2003
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