memento mori. de craneos y calaveras 1
miquiztli (cabeza de muerto, en náhuatl)
El cráneo, esqueleto de la cabeza, figura como metáfora o alegoría a través de la historia: como símbolo de sabiduría y elevación espiritual, como alegoría de la muerte, como promesa de renovación perpetua que acaricia la idea de inmortalidad. Aún, en ciertas leyendas, es némesis del universo: es el cráneo del gigante Ymir el que formó la bóveda celeste.
Algunos atesoramos cráneos ya sea por fascinación, curiosidad o como catarsis de nuestro temor. Antiguamente los cráneos, de animales y rivales, se atesoraban bajo la convicción de poseer las cualidades del sujeto. Todavía en los cuentos de fantasmas se preserva la creencia de que es el cráneo el hábitat natural del alma.
Sus representaciones plásticas se antojan infinitas; en relieves, cristal de roca, metales preciosos, tinta y pinceles este icono es testigo antropológico y camino abierto para la búsqueda del más universal de los enigmas: la muerte.
Podríamos construir un osario de formas y letras de cualquier parte del mundo; apilar juntos a miquiztli (día del año azteca), las danzas macabras europeas, el cráneo de Postumio que sirvió de copa, el jolly Roger de un corsario, los cráneos de templos celtas y crear una nueva alegoría de humanidad donde las fronteras y las diferencias son apenas la astilla de un hueso. Y recitar aquellos versos de Hamlet al ver los vestigios del que fuera su bufón:
Where be your gibes now? your gambols? your songs? your flashes of merriment, that were wont to set the table on a roar? Not one now, to mock your own grinning?
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