jueves, febrero 19, 2004

Me he pasado toda la tarde cabeceando sobre el atril, tratando de marcar erratas (si acaso puedo detectarlas), con sueño y pereza.
Por la mañana nos dieron la noticia de que murió la mamá de una amiga del partner (que a mí en nada me afecta, nada me quita, nada me roba); tenía más de 75 años. Se escapó del cáncer hace muchos años, y el cáncer mismo le cobró la cuenta al fin. Cada vez que hablaba la amiga para plañir sobre el asunto canceroso yo me encabritaba (utss, que ya está grande, que se escapó hace años, ya vivió, ya vivió). Qué jodido, yo no sentía ni un ápice de empatía.
Y hoy se acabó la historia, todos se mueren, tan-tán. No iré al sepelio, que los sepelios no son eventos sociales: se va por verdadera empatía, no a vestirse de negro o a exhibir artificiosas condolencias. El partner sí irá (él es su amigo).
Y hoy me di cuenta por qué me molestaba tanto el lloriqueó de la amiga: chinga, que su mamá se salvó años y años y años y a mi tía-mamá el cáncer se la devoró en unos meses. Y no me parece justo (porque ni adiós le dije). No es justo.
¿Justo? Qué arrogancia definir los límites de esta justicia. Qué fragilidad convertirse en el ángel vengador y arremeter con el prójimo y con uno mismo boicoteándose el día. Qué mezquinamente humano es uno.

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