Pasó la gripe de verano, pero la de otoño se adelantó (y es peor, peor, peor). Estuve a punto de quedarme en casa, hablando con los muros y buscando en el polvo cualquier sentido. Fue mejor tomar café, oír el murmullo de una tropa de mujeres y ver cómo Ricardo, el tarot-master, hurtaba la miel de la barra (ok. no nos la llevamos). Me dormiré en la tarde, ensoñaré; leeré El día (tercera parte del librito que me dio Rax) aunque me asuste la fragilidad, aunque desee la posibilidad de un sentido, aunque tenga la certeza de que la historia se repite y los holocaustos existirán por siempre. A pesar de las letras, de la memoria; siempre seremos ínfimos, mezquinos. Nunca habrá voces suficientes para sostener la instantánea esperanza (y me gusta creer que eso da sentido a los días). Me voy a guardar mis dibujitos.
Las estrellas no eran sino chispas del gran fuego que nos devoraba. Si ese fuego se apagara un día, no habría ya nada en el cielo, sólo estrellas extinguidas, ojos muertos.
Elie Wiesel, "La noche. El alba. El día".
miércoles, septiembre 24, 2003
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