1. En menos de 10 minutos vi a un tipo golpear a otro frente a su hijo (¡¡!!), a otro arrojar un proyectil no identificado a la ventana del micro (oh, su rostro de furia no se va de la memoria, traía prisa el señor) y sobreviví a una especie de duelo microbusero: imaginen dos camiones peleando sobre una avenida de dos carriles, como si no existieran peatones, ni otros coches ni usuarios dentro de sus unidades. Los choferes poseídos aventándose camiones como si de cubetadas de agua se tratase. (Par de imbéciles).
La violencia tiene una extraña energía, da dolor de cabeza y provoca un curioso cosquilleo. Y es contagiosa: se me antojaba repartir puñetazos a los protagonistas de esos escenarios: REACCIONEN, PUM, PAS, OUCH (onomatopeya de naricita rota).
Y no, nada de puñetazos, que me faltan biceps para ello.
Y creo en la palabra humanizar.
Así de ilusa soy.
2.
Ver el rostro de la violencia no significa comprender su absurdo. Hoy camina la tristeza infinita por un país que me ha dado letras, imágenes y gente entrañable.
3. Para el oso que vive en la cueva: los arcanos del tarot Wirth.
jueves, marzo 11, 2004
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