miércoles, agosto 25, 2004

Un virus revolotea por aquí, más que revolotear ya lo tengo en los oídos, en la garganta y más adentro: uno reconoce esa somnoliencia, ese dolorcito leve cuando se inhala. Virus malo ya derribó al partner, y la verdad no tengo ganas de yacer cual dama de las camelias. Y el hijo parece que se escapa.
Hace unos días terminé algo (mis algos, van y vienen); y la satisfacción de terminar es tan efímera y deshuesada que me pregunto cómo hago para iniciar cualquier cosa. De la brevedad se va a la vaciedad: uno termina el algo y se queda con un vacío de terror. Entonces se debe iniciar otra cosa para jugar a rellenar esos agujeritos. A eso le llamo tener espíritu de Gruyère.


Alma, esencia, instinto, seso de Gruyère. Y sí, es un clásico, un queso madurado, firme, de sabor penetrante. Pero basta rebanarlo para percatarse del engaño: agujeros por doquier y entre más se rebane más agujeros guiñan cínicamente. Vaya alegoría si se medita que la única manera de erradicar los agujeros es fundir el mentado queso.
Fundireme por ahí, creo que hoy termino de leer uno de mis regalitos del que quería ahogar aquí una historia. Ya será mañana...

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