miércoles, abril 30, 2003

agh (alarido euripidiano aunado a desgarramiento de vestiduras). ¿Qué que hago aquí? Me vine a desquitar con el blog. Acabo de regar el tepache (traducción: la ruina, la ruina). Envié unos anuncios a conocido periódico, tardiamente, y ya no los aceptaron (cambiaron la hora de cierre). El cliente me la ha refrescado (traducción: me ha recordado a la mía madre).
La agenda me traicionó, el reloj, el decir sí a todo o esa cuasi certeza de que mi trabajo ya me aburrió.

Pero insisto: ¡Feliz Día del Niño!

PD: Me voy por unas cafeaspirinas, ya me dolió la cabeza...

Honorable Ciudad de México, año 2003 de nuestro señor ¿cuál? (el que quieran). Hoy es Día del Niño, celebremos, y no me salgan con una bizantina discusión sobre si es o no producto del consumismo y demás parafernalias que me dan pereza mental. No. Hoy es día del niño y punto (dos puntos): sales, te subes al micro, bajas, caminas y por doquier los niños van disfrazados y más acelerados que de costumbre; la ¡Gloria!, van a la escuela pero no hay clases; los ves con sus caritas luminosas sintiéndose privilegiados, muy únicos, muy importantes; mmm, y el atascón de dulces, y el empacho nocturno. Total, los retortijones con té de manzanilla se aplacan.
Y aunque sea un déjà vu, todos somos niños, dentro, niño-cimiente. Así como las pirámides que eran construidas una sobre otra, sobre otra y otra, eso somos: años, meses y días que forran y ocultan a ese niño que sólo reconocemos en fotos.
Día del niño. A veces basta, y es necesario, ser simplemente festivo, comerse un chocolate y alejar las sombras.

martes, abril 29, 2003

Hoy inició la segunda parte del taller, hay dos alumnos nuevos. Dedicaré, de nueva cuenta, los próximos meses a leer otras voces. Ha de ser la desmañanada, la falta crónica de sueño, la neurosis de los pendientes y un poemario extinto (y por supuesto, el viaje de algunos bloggeros) lo que dispara esta nostalgia alimonada.
La memoria guarda horizontes varios, y uno aquí chocando con el horizonte de cemento (ah, ciudad ingrata).

PD: Buen viaje.

Hace muchos años, tantos que parece la historia de otro, recorrimos un sendero empedrado, polvo de polvos, para llegar a una ciudad fantasma. Mi padre me llevó a un pueblo que conocía (por trabajo) para que me engolosinara con aquellas ruinas del México Minero. Un lugar fantasmagórico enclavado entre montañas; algunos personajes, tal vez 3 o 5, caminaban por sus calles. El presidente municipal pidió la llave de la casa de la moneda: la herrería, las escaleras, los muros blancos, todo estaba suspendido en el tiempo. Aun la tienda de raya conservaba frascos de vidrio en los entrepaños de madera, de color pistache. La iglesia, la presidencia y algunas casas estaban custodiadas por manzanas de ruinas, de piedras y zacate. Ahí todo era silencio y ventanas por donde nunca nadie asomaría... Dejamos aquel lugar ya entrada la noche, atrás sólo quedaba una mancha oscura y los espectros de la mina.

Regresé después de muchos años, y curiosamente llegue por la noche. Algo había cambiado, me recibió una marea de luces. Donde el silencio habitaba se erguían hoteles, restaurantes y un murmullo alegre de turistas. En las calles estrechas los autos se enredaban, muchos abrigos caminaban por las improvisadas aceras. La casa de moneda lucía desintegrada. Sólo las montañas eran las mismas. Los espectros ya no viven en Real de Catorce.

lunes, abril 28, 2003

Un ahogado que me topé en el metro
Las puertas se cierran. Sobre el andén, una estela de agua y crustáceos muertos se pierde hasta las escaleras eléctricas. Atraviesa la emanación luminosa del pasillo, sus pasos son el breve recuerdo de aquel chasquido de niñez saltando charcos. Verde, húmedo y portador del silencio custodiado por la lengua henchida que asoma la punta entre sus labios carcomidos.

Se sienta, impregnando la ventanilla con un vaho de salitre, erizos y sargasos. Verde azulado, su cabello escurre ocultando los ojos que se han ido para mecerse en el vientre de los
peces. (Nathaniel, el olvido habita en el coral).

Observa, sí, observa con las cuencas el vientre abultado de una embarazada, la réplica cuasi exacta del suyo, enorme y adormecido. La gestación de un niño ilumina el rostro de ella. La gestación del
mar todo es privilegio del ahogado. (Nathaniel, el olvido habita en la espuma agorera del mar).

La tarde
Maldición. La desvelada mermó todo sentido en esta colina. Y aquí y allá aparecen lombrices: pequeñás, rosadas, ciegas. Las lombrices son las tripas de la tierra, limpian, digieren, oxigenan. Algún jardinero con maestría en alucines genéticos debería crear lombrices miniatura para arrojarlas en las macetas: la tierra no se deslavaría y dejaría de ponerse dura, dura como pan de 5 días. Que conste que hablo de lombrices de tierra; existen otras turbias, necias y monstruosas que hinchan la barriga y enferman.
Las lombrices me inspiran cierta ternura. Será su fragilidad, su ceguera, su andar bajo tierra cantando nanas a los muertos. Será...

El fetiche (porque he encontrado otro panerista):

Fracaso

Oh enigma inmundo
de la ceniza
secreto del alma negada por todos los rostros
con la saliva negando mi rostro
escupe sobre mi cara el secreto del tiempo.

Leopoldo María Panero

Madrugada. Trabajo. Calor.
Escapo al blog, a la casita donde Poe es un manojo de bits, al correo donde más correcciones esperan (por mí que se vayan al basurero). Aquí, en esta colina, la palabra Domingo tiene otra escencia: aroma floral en los pisos y --¡mèrde, no he terminado, cuántas cuartillas quedan!, bestia, y tú perdiendo el tiempo con tus versitos insípidos, ¡puaj! ¿quién hostias embarró de dentrífico el cepillo de pelo, y este méndigo chicle en la alfombra? ¡más mèrde!--. Madrugada. Trabajo. Calor. Quietud.

sábado, abril 26, 2003

Amo las albóndigas, su redonda perfección, su aroma a clavo, chipotle y canela. Ya lo decían por ahí, la esfera es el plus, de existir dios sería una enorme esfera. Pienso, imagino recuerdo: esfera con bigotes en el árbol de navidad, pelota de softball y batazo en la costilla, Freskas (de fresa), un balín, dos agüitas... los globos oculares. Sí, hoy comí albóndigas con mi hermana (la nirvana) y todo puede quedarse quieto y esperando tras la puerta. Mensaje: hoy no estoy.

Mi amiga Rax y yo abriremos una lavandería (seremos lavasesos); cobraremos por hora, serviremos café y galletas de animalitos. Y como el éxito será inevitable, venderemos franquicias. Todos seremos felices para siempre...

El humo. Desde esta ventana se divisan tres chimeneas. La más cercana es la de Las Arracheras (carne de vaca); la segunda, los pollos rostizados estilo Nuevo Orleans (whatever...) y la tercera, y espigadísima, vive en el techo de la tintorería. Están sincronizadas, humean y humean para llenar mi casa de gritos de vaca, de gritos de pollo y... no, la ropa es tan silenciosa. Prendo mi cigarro (que es mi nefasta chimenea) y silencio mis pulmones. Emanaciones. Y siempre, inevitablemente, recuerdo otra chimenea, ahí donde cremaron un cuerpo azul. ¿Cuánto dura un duelo? un año, tres, 50. O tal vez siglos, por eso hay tanto fantasma encadenado.

viernes, abril 25, 2003

Quedémonos unos días con el mismo fetiche:


Los ángeles cabalgan a lomos de una tortuga
y el destino de los hombres es arrojar piedras a una rosa
Mañana morirá otro loco:
de la sangre de sus ojos nadie sino la tumba
sabrá mañana nada.

Leopoldo María Panero

El afán de la sublimación. Hoy arreglé un clóset. No es cierto, lo dejé a medias. Cada uno tiene sus siniestros, mas cotidianos, sistemas de exorcismo. Suele ocurrir que diversos demonios, fantasmas (o cualquier entidad de su preferencia) insisten en regresar, en pararse enfrente y paralizarnos. Y limpiamos, ordenamos, guardamos y tiramos (amos, amos) para lograr la liberación ¿de uno mismo?
Total, creo que me meteré en la lavadora y con un kilo de detergente harto burbujeador terminaré con esta pseudo limpia interior.

Un fetiche compartido:

Nu(n)ca
Leopoldo María Panero


Vi cuatro mujeres luchando por los senos de un muerto,
vi cuatro mujeres luchando solas, más tarde,
por la posesión del soplo
y disputando con sus uñas feroces por el Abel Garmín que
abandonaba feliz aquellos huesos.
Hay cuatro mujeres que robaron mi fetidez sensible
y mi podredumbre en el cadáver que aún respiraba lentamente dejando
salir de allí mi alma con su pedo.
Y esos cuatro seres aguardan ahora el resto sanguinolento de mi espíritu
y habito para siempre en la carnicería de sus bocas
y día a día bajo del nido de sus nalgas
para saber entero en lo insensible del tiempo
cuál era el sentido que no aprendí del cielo
como cae debajo la palabra nunca.

Y bien, después de una tortuosa odisea llena de garabatos y pruebas mil, este blog va (o viene); imagino que algún día me moveré como trucha asalmonada en estos parajes (lo dudo); mientras tanto saboreo este dejo de orfandad, sí, orfandad: algo así como ¡el toma tus cosas y sal al mundo hijo mío! Sí, vámonos a pisar charcos.

jueves, abril 24, 2003

5

En el fondo del mar se cumplen lentas ceremonias presididas por la
quietud de las materias que la tierra relegó hace millones de años
al opalino olvido de las profundidades. La Coraza calcárea conoció
un día el sol y los densos alcoholes del alba. Por eso reina en su
quietud con la certeza de los nomeolvides. Florece en gestos
desmayados el despertar de las medusas. Como si la vida inaugurara
el nuevo rostro de la tierra.

Alvaro Mutis

Agua que nos llama
la muerte es branquia