martes, junio 13, 2006

"morder el polvo"

Y recuerdo la sensación de vértigo, de viento arremolinado en las fosas nasales; y la brevedad de estar suspendido, el flotar por un instante antes de la caída. Columpiarse con fuerza, mover las piernas emulando al péndulo, con ritmo, con secuencia perfecta. Y temer a la grava que, mientras se tocaban las estrellas, espera abajo la blancura de las rodillas.
Y recuerdo aquella vez en que la gravedad envidió mi vaivén y me extendió sus brazos como aquellas madres de las tragedias griegas. Caí de bruces y, aunque mis manos fueron veloces, "mordí el polvo". Roja de vergüenza me sacudí el vestido y las mejillas mientras mi labio inferior latía rojo acaso también de vergüenza. Cientos de granitos de arena se columpiaban en mi lengua ya subiendo para tocar la bóveda del paladar, ya bajando para acariciar una muela.
Y recuerdo el sabor de la tierra, siempre húmedo y sutilmente dulce y el sonido íntimo que produce al mordisquearla. Es el sabor de la mortalidad, del Ícaro herido, el mejor ungüento para la soberbia.
Otros, por ahí, también deberían recordar. Pero ¿qué digo? Los otros son presas de su inmediatez. No hay forma.

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