jueves, enero 25, 2007

Y ocurre que uno cree poder encontrarse en los libros, como si las palabras de otros fueran un anzuelo con un apetitoso gusano que solo nuestra conciencia puede ver y paladear. Y allá vamos, buscamos en los libreros propios, en los ajenos, en los estantes de las librerías; y creemos que tal o cual nos dará el espejo: mira, ahí estoy, en qué lugares me he dejado, pero ya me encontré, ya estoy conmigo.
Y ocurre que encontramos espejos que nos dan miedo:

Centinela nocturno es la locura
porque está vigilando.
Cada hora se detiene, y va riendo,
y a la noche le busca un nombre,
y la llama: siete, veintiocho, diez...

Y en la mano un triángulo acarrea,
y, al temblar, lo golpea con el borde
del cuerno que no puede soplar, y canta el canto
que él a todas las casas lleva.

Los niños pasan una buena noche
y, mientras sueñan, oyen velar a la locura.
Los perros, sin embargo, se sueltan de su anillo
y recorren las casas, grandes,
y tiemblan, cuando ya ha pasado,
y tienen miedo de que vuelva...

Rainer Maria Rilke (El libro de horas)


Jean Delville


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