viernes, marzo 31, 2006

He cambiado de sueño recurrente. Ahora todo gira entorno al rostro de un niño. No es un rostro imaginado, sino citado. Hace días lo vi por primera vez y espero sea la última. No entiendo, o no quiero entender, cómo es que el rostro de un niño puede causar tal desasosiego. Es el rostro de un niño pequeño, de unos 4 años, cuyos dientes delanteros estaban ya cubiertos con metal producto de las caries prematuras. Y, absurdamente, cuando lo conocí, chupaba una paleta morada con fruición, con adicción, con frenesí. Esto hacía mientras trataba --o amenazaba-- con pisar una lagartija pequeñita, de esas que ni con los rayos del sol de primavera logran moverse. Daba zapatazos junto a la lagartija pequeña mientras reía desquisiado y chupaba su estúpida paleta; sonreía mostrando sus impúdicos dientes metálicos. Ahora sé que debí decirle: niño estúpido, tira esa paleta, deja al bicho en paz, eres horrendo, eres malo. Pero los cánones no permiten arremeter contra un niño pequeño, aunque su rostro provoque desasosiego. Al final no se contuvo. Mientras mordía su paleta apachurro a la pequeña lagartija. Se limpiaba contra el asfalto las tripas embadurnadas en su suela. Y cuando esto hacía, reía horrible con sus dientes de leche metálicos.
En mi sueño recurrente le he pellizcado las mejillas. Le digo: eres malo. Y le temo. En sueños y despierta.
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