miércoles, agosto 30, 2006

Existe cierta urgencia de descubrir señales en el camino la cual se acrecenta en momentos de incertidumbre. Y ahí va uno en busca de señales tal como en la antiguedad se escudriñaba en las tripas de los animales o se decidía el destino si tal o cual ave volaba sobre el horizonte.
Yo busco (cualquiera) y encuentro (también cualquiera); ya sea en la cuadrícula perfecta del menudo o en la paloma que caga sobre mi ventana. Y aún mejor: un día antes de mi cumpleaños el reloj de la cocina se detuvo, no por falta de pila sino porque, ahora sí, feneció. Ya no bastó darle unos golpecitos con la yema del dedo ni girar las manecillas en el sentido opuesto. Sufrió un infarto. Murió. El mismo reloj que recibí como regalo hace 7 años y, ni hablar, ese número siete es tan místico que no podría encontrar una señal más "profunda".
Y exclamo: es una señal.
¿De qué? ¿Para qué? Las respuestas son secundarias. Basta la señal para iniciar la historia, sea aciaga o luminosa.
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