Todavía recuerdo aquella noche en la que desperté con la sensación de un calor húmedo en las sábanas que impregnaba aquella pijama de cuadros diminutos blancos y rosas. La sensación de sorpresa y de incertidumbre fue breve porque, mientras aquella humedad se enfriaba rápidamente, hilé mi situación con el sueño ordinario del que acababa de despertar. En el sueño unas ganas incontenibles de mear me guiaban a la sala de baño, ahí el alivio se transformó en una cama mojada.
Era pequeña, la cama aún me parecía un escalón difícil de salvar; pero no tan pequeña como para mojar la cama. Recuerdo que quité todas las cobijas, saqué una manta de un clóset y me cambié, a pesar mío, mi pijama de cuadritos.
Ayer tuve un sueño parecido, la parada en la sala de baño era vital. Sólo que esta vez, dentro del sueño, recordé aquél sueño de infancia. La memoria me despertó y en automático posé las palmas de mis manos sobre el colchón. Estaba seco. Me levanté y fui a la sala de baño tiriteando. Y, mientras observaba el remolino del agua del W.C., me di cuenta que cuando uno deja de ser niño se transforma en un invitado ordinario de los sueños. Los papeles protagónicos son propios de la infancia. Y el colchón seco no compensa la pérdida.
**
lunes, enero 16, 2006
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario