miércoles, diciembre 13, 2006

"Los Hombres"



Y están los Inuit. Allá, lejos. En el Ártico. Leí cosas curiosas sobre su cultura. Algo sobre unos cantos guturales lúdicos. Pero mi asombro se quedó en la palabra Inuit. Significa "los hombres", así, sin mayor complejidad. nada de los hijos del dios tal o cual, o de los hombres de arcilla, de metal, de masa, del maíz y anexas. Nada de totems, epifanías o datos de superioridad o diferenciación. "Los hombres", punto final. Supongo que existirán tratados antropológicos sobre el asunto, y símiles entre el punto de vista sobre la esencia y el entorno que lo genera. Pero tras esa "simplicidad" de la blancura está la intuición del infinito.
Y no, no busqué las explicaciones de los expertos. Se me ha antojado creer, con blanca y verdadera fe, que los Inuit han aprehendido lo inasible en las huellas del oso polar. Ahí van, cubiertos, a veces solos y a veces en familia pero siempre en busca de las huellas. Y cuando encuentran las respuestas se limitan a tallar pequeños osos en trozos de hueso y colmillos, satisfechos, profundos.
Luego me ha dado gran tristeza porque recordé que en el zoológico de la ciudad ya no hay osos polares y que mi plan de liberarlos en las calles de la colina no tenía sentido ni probabilidad de buen término. Me he consolado con imaginar inmensos osos polares dejando huellas sobre el asfalto y a los chilangos de la colina en busca de las huellas. Y así, día tras día hasta encontrar respuestas y hacernos llamar "los hombres". La palabra simple que encierra la inmensidad de la blancura.
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viernes, diciembre 08, 2006



A partir de hoy sólo escribiré cosas dulces. Cosas como el amor mueve al mundo, la esperanza ilumina tus días o la sonrisa de un niño es oro puro. Y haré una lista de adjetivos, eliminaré toda amargura de estas lineas. Escribiré meloso, tierno, cálido, amoroso, piadoso, alegre, cándido, luminoso, soleado, suave, terso, enamorado, enmielado, endulzado, edulcorado, agradable, dócil, apacible, aterciopelado... Y el lector arquerá sus cejas, satisfecho, poseído por esta dulcedumbre, porque a partir de hoy sólo escribiré cosas dulces. Cosas que se disuelvan en la lengua y lo haga salivar, y recorran las papilas gustativas, la garganta y el esófago como torrentes de almíbar. Y el lector se alegrará al degustar mis lineas azucaradas, poseído por los terrones agazapados tras las letras. A partir de hoy ya no importará la concordancia, el verbo o el sentido, porque las letras seguirán sumisas la escala Brix, y las tildes serán cerezas, y las comas jaleitas y el punto final un certero malvavisco. Y el lector se extasiará al sentir mis lineas en su torrente sanguíneo con la consistencia de las mieles bíblicas. Y seremos uno según las reglas del sacarímetro porque a partir de hoy sólo escribiré cosas dulces y en mis sustantivos reinará sacarosa, fructosa, glucosa, melaza y azúcar sea mascabada o refinada o artificiosa. Y así hasta que la lectura pegostiosa sellé los párpados de nuestra psique diabética y emanemos ese tufo dulzón que es el privilegio de los muertos.

lunes, diciembre 04, 2006

Por las tardes el mundo se transforma. Basta que llegue el atardecer para que me valga madres quién dijo qué, cómo lo dijo, cuáles acontecimientos me parecen, cuáles no, y un sin fin de etcéteras. Con la edad mi psique es cada vez más primitiva; enamorada de los abalorios le es suficiente enchufar el cable a la corriente para que titile el arbolito de navidad. ¡Qué chula la electricidad! No es tan cotidiana que olvidamos su misterio, su maravilla y su consuelo.
¿¿...??
Pues algo me he de traer entre manos o realmente el Scrooge de Dickens (que leo por cuestión laboral) me ha contaminado.
Neh, qué mejor, que titilen los foquitos, yo de aquí no me muevo...
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