viernes, diciembre 08, 2006



A partir de hoy sólo escribiré cosas dulces. Cosas como el amor mueve al mundo, la esperanza ilumina tus días o la sonrisa de un niño es oro puro. Y haré una lista de adjetivos, eliminaré toda amargura de estas lineas. Escribiré meloso, tierno, cálido, amoroso, piadoso, alegre, cándido, luminoso, soleado, suave, terso, enamorado, enmielado, endulzado, edulcorado, agradable, dócil, apacible, aterciopelado... Y el lector arquerá sus cejas, satisfecho, poseído por esta dulcedumbre, porque a partir de hoy sólo escribiré cosas dulces. Cosas que se disuelvan en la lengua y lo haga salivar, y recorran las papilas gustativas, la garganta y el esófago como torrentes de almíbar. Y el lector se alegrará al degustar mis lineas azucaradas, poseído por los terrones agazapados tras las letras. A partir de hoy ya no importará la concordancia, el verbo o el sentido, porque las letras seguirán sumisas la escala Brix, y las tildes serán cerezas, y las comas jaleitas y el punto final un certero malvavisco. Y el lector se extasiará al sentir mis lineas en su torrente sanguíneo con la consistencia de las mieles bíblicas. Y seremos uno según las reglas del sacarímetro porque a partir de hoy sólo escribiré cosas dulces y en mis sustantivos reinará sacarosa, fructosa, glucosa, melaza y azúcar sea mascabada o refinada o artificiosa. Y así hasta que la lectura pegostiosa sellé los párpados de nuestra psique diabética y emanemos ese tufo dulzón que es el privilegio de los muertos.

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