lunes, febrero 27, 2006

La manzana ha sido símbolo de conocimiento, unas veces para alcanzar la inmortalidad vía el fruto del árbol de la vida, y otras para sufrir la caída vía el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal.



Una de las explicaciones más hermosas del por qué este fruto ha sido considerado símbolo de conocimiento y de libertad se entrecruza con otra imagen altamente simbólica: la estrella. En el interior de la manzana se forma una estrella por medio de los alvéolos que guardan las semillas y que puede observarse al cortar el fruto de manera perpendicular al pedúnculo. Esta estrella se asocia con el pentagrama que simboliza al hombre-espíritu y al encontrarse en el interior de este fruto se lo asocia con la involución del espíritu a la materia. Comerla significa abusar de la inteligencia para conocer el mal, de la sensibilidad para desearlo y la libertad para perpetrarlo. Esta simbología, comprendida como realidad tácita, es la que ha satanizado a este fruto y a la Eva bíblica.
En otras tradiciones la manzana no sólo es símbolo de magia y revelación sino también nombra territorios fantásticos. Tal es el caso de Avalon (El Pomar o La isla de las manzanas), isla de las leyendas artúricas que era la estancia mítica donde reposaban las almas de reyes y héroes. En estas historias se dice que el mago Merlín enseñaba bajo la sombra de un manzano.
Ya traeré otros asuntos estrellados, menos adustos y más suculentos... mientras, manzana y Lorca:

Por eso le da lo mismo una manzana que un mar,
porque sabe que la manzana en su mundo es tan infinita
como el mar en el suyo. La vida de una manzana desde
que es tenue flor hasta que, dorada, cae del árbol a la hierba,
es tan misteriosa y tan grande
como el ritmo periódico de las mareas.
Y un poeta debe saber esto.

Federico García Lorca, La imagen poética de Luis Góngora (fragmento)

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martes, febrero 21, 2006

Para clasificar las estrellas, en su calidad de representación gráfica, la astrología no me sirve. Por lo cual he decidido crear la estrellalogía (véase tratado sobre las estrellas). Para realizar una clasificación cuerda (ajá) lo primero es contar el número de picos de la estrella en cuestión. Si no tiene picos no es estrella. Puedo afirmar que se necesitan mínimo 3 picos para que el nombre "estrella" aplique. Pero, ¿cuál es el límite? Imagino que unos 25, más picos convertirían a la figura estudiada en una flor (como la dalia o el crisantemo, repletas de pétalos).
Contar con los dedos, con una calculadora o con papel y lápiz en la mano, pero contar para evitar cualquier confusión y tal vez aventurarse a nombrar cada estrella, con nombre científico y todo eso. No hay eso en esto, así se podrían evitar confusiones como la que ocurre con dos estrellas que han acompañado a las civilizaciones desde tiempo remotos:




A más de uno he oído confundir ambas estrellas, afirmar que la segunda es cosa del demonio, y que la primera es lo mismo pero con el nombre de un rey antiguo. Y nada, cuenten los picos, vean la forma: son diferentes. La primera, la estrella de David (o sello de Salomón)posee seis picos, se puede reproducir al enlazar dos triángulos (uno invertido) los cuales, según la alquimia, representan la unión del agua y el fuego, el pasivo y el activo. Y también está la interpretación religiosa de la comunión entre espíritu y materia o la del mesías esperado (vid. bibilia). Y no, señores, no es un invento de los sionistas para hacer una bandera, como oí decir por ahí.
La segunda estrella, la de cinco picos, representa el pentagrama pitagórico, el microcosmos humano: cada una de sus puntas señala las extremidades del hombre (piernas, brazos y cabeza). Esta estrella en la tradición masónica se conoce como "la estrella flameante". Y esta misma estrella se usó en la elaboración de pentáculos, sellos mágicos que podían servir para suscitar desde terremotos y muerte hasta amor y salud. El pentagrama invertido simboliza desequilibrio y es esta representación la que se puede asociar con magia negra y es elemento vital para cualquier película de posesiones y demás (ja, aunque los de efectos especiales la ponen al derecho o como dios les da a entender).
En algunos casos la estrella de cinco picos se esconde en lugares inesperados y provoca otras alegorías y otros simbolismos, asunto que traeré a colación la próxima vez.

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sábado, febrero 18, 2006



Existen estas pequeñas estrellas hechas de papel. Una de sus caras brilla, la otra contiene un pegamento suave que puede adherirse al papel o a la piel. En el jardín de niños, cada viernes, nos colocaban una estrella en reconocimiento a nuestro esfuerzo o a nuestra inmaculada conducta. Uno salía de la escuela hacia el fin de semana y caminaba por las calles orgulloso, y atento a las miradas de otros niños o adultos que descubrían nuestra estrella en la frente deseándo, admirándola.
Hoy en día aún se puede descubrir a un niño de viernes con su estrella en la frente. Nunca me he preguntado si esta costumbre es propia del país, de otros países, de esta ciudad-cemento o de ciudades más bondadosas.Pero lo que sí me he preguntado y me he respondido con imaginería es sobre la alegría que provoca un viernes. Imagino que el goce no responde al hecho de detener la actividad laboral, o la vida social del buen fin de semana. Nada de esto. El verdadero origen se encuentra en el deseo oculto de recibir una estrella en la frente. Algunos la sueñan plateada, otros prefieren la del Rey Midas; los hay más espirituales y pretenden la azul o la verde. Nosotros elegiríamos una roja o una violeta.
De estas estrellas se desprenden otras que me parece oportuno pegar aquí, en la frente del aljibe. Pero eso ocurrirá más adelante. Mientras no dejen de visitar los hermosos retablos de la expo España Medieval, verdaderas golosinas para los amantes de las alegorías. Buen fin.

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domingo, febrero 12, 2006

Margaritas

Es definitivo, poseo un ridículo lazo con las margaritas; ya antes, hace años, escribí sobre ellas: cuando son flor viva, cuando son de papel, cuando dan forma a las galletitas. Y atesoro la frase memorable de un amigo: He llorado como una margarita...
Yo he soñado con una margarita --o con Margarita o con LA margarita--. En mi sueño me acompañaban dos mujeres: la una --una amiga que en la realidad tuvo un brote sicótico--, la otra --más joven y desconocida-- vestía un vestido blanco corto y ceñido bajo la lluvia. La primera no se mojaba con el chaparrón (yo me mojaba a medias), la segunda escurría feliz. A la primera la miraba de reojo, a la segunda le dije: pareces una margarita.
Al despertar recordé uno de mis "grabados no descifrados", pertenece a la serie de la danza macabra de Holbein:



No sé a quién se le llamaba La Margarita, si a la mujer joven, en general, o a alguien en especial. Creo que la hija o sobrina de Holbein se llamaba así. No sé como cuál de todas las margaritas que conozco lloraba mi amigo, ni porque en mis sueños creo alegorías bajo la lluvia. Tal vez el aljibeño, siempre curioso, vea algo más... o tenga otras margaritas.
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miércoles, febrero 08, 2006

A veces no se trata de encontrar intereses comunes con el próximo o puntos de vista compartidos con el interlocutor en turno; ni siquiera de descubrir al lector cómplice de nuestras adicciones. A veces se trata del asombro que produce el poseer los mismos recuerdos y no sólo en su calidad de sucedido sino de aquello que atesoramos como lo más importante de toda esa sucesión de imágenes conocida como "el pasado".
Hace días leí un texto de Óscar sobre cotidianidad y recuerdos. En él el autor mentaba a un elefante pequeño, de esos que barritaban en los circos ambulantes los cuales armaban su carpa en terrenos baldíos. Compartí la nostalgia por aquel elefante, por aquellas carpas brillantes que terminaban apagándose bajo una capa de polvo. Compartí lo que creí (creímos extinto).
El fin de semana pasado me despertó un altavoz que provenía de una avioneta. Ante el anacrónico espectáculo agusé el oído para descifrar lo que la voz promovía a los cuatro cientos: Bah --me dije-- un circo.
Hoy pasé frente al inmenso terreno baldío que algunos llaman amablemente Deportivo Las Águilas. Vi la carpa azul, la hilera de casas ambulantes, la taquilla y un espacio cercado en el cual se amontonaban los niños. Ahí estaba el elefante igual de pequeño, gris y polvoso como aquel que creía (creíamos) extinto. Deseé que no existiera distancia de por medio para llamarle a Óscar, para decirle que los elefantes pequeños todavía comen paja en los terrenos baldíos de esta ciudad. Pero sólo puedo dejar que la anécdota flote en este aljibe que anda tan silente.
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