miércoles, febrero 08, 2006

A veces no se trata de encontrar intereses comunes con el próximo o puntos de vista compartidos con el interlocutor en turno; ni siquiera de descubrir al lector cómplice de nuestras adicciones. A veces se trata del asombro que produce el poseer los mismos recuerdos y no sólo en su calidad de sucedido sino de aquello que atesoramos como lo más importante de toda esa sucesión de imágenes conocida como "el pasado".
Hace días leí un texto de Óscar sobre cotidianidad y recuerdos. En él el autor mentaba a un elefante pequeño, de esos que barritaban en los circos ambulantes los cuales armaban su carpa en terrenos baldíos. Compartí la nostalgia por aquel elefante, por aquellas carpas brillantes que terminaban apagándose bajo una capa de polvo. Compartí lo que creí (creímos extinto).
El fin de semana pasado me despertó un altavoz que provenía de una avioneta. Ante el anacrónico espectáculo agusé el oído para descifrar lo que la voz promovía a los cuatro cientos: Bah --me dije-- un circo.
Hoy pasé frente al inmenso terreno baldío que algunos llaman amablemente Deportivo Las Águilas. Vi la carpa azul, la hilera de casas ambulantes, la taquilla y un espacio cercado en el cual se amontonaban los niños. Ahí estaba el elefante igual de pequeño, gris y polvoso como aquel que creía (creíamos) extinto. Deseé que no existiera distancia de por medio para llamarle a Óscar, para decirle que los elefantes pequeños todavía comen paja en los terrenos baldíos de esta ciudad. Pero sólo puedo dejar que la anécdota flote en este aljibe que anda tan silente.
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