Existen estas pequeñas estrellas hechas de papel. Una de sus caras brilla, la otra contiene un pegamento suave que puede adherirse al papel o a la piel. En el jardín de niños, cada viernes, nos colocaban una estrella en reconocimiento a nuestro esfuerzo o a nuestra inmaculada conducta. Uno salía de la escuela hacia el fin de semana y caminaba por las calles orgulloso, y atento a las miradas de otros niños o adultos que descubrían nuestra estrella en la frente deseándo, admirándola.
Hoy en día aún se puede descubrir a un niño de viernes con su estrella en la frente. Nunca me he preguntado si esta costumbre es propia del país, de otros países, de esta ciudad-cemento o de ciudades más bondadosas.Pero lo que sí me he preguntado y me he respondido con imaginería es sobre la alegría que provoca un viernes. Imagino que el goce no responde al hecho de detener la actividad laboral, o la vida social del buen fin de semana. Nada de esto. El verdadero origen se encuentra en el deseo oculto de recibir una estrella en la frente. Algunos la sueñan plateada, otros prefieren la del Rey Midas; los hay más espirituales y pretenden la azul o la verde. Nosotros elegiríamos una roja o una violeta.
De estas estrellas se desprenden otras que me parece oportuno pegar aquí, en la frente del aljibe. Pero eso ocurrirá más adelante. Mientras no dejen de visitar los hermosos retablos de la expo España Medieval, verdaderas golosinas para los amantes de las alegorías. Buen fin.
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