Decidí sacar a pasear a mis golems. Hacía tiempo que los había encerrado en sus cajas. Ahí estaban, esperándome, cada uno recostado en su estuche. Estaban enojados, pero no incómodos. Los interiores de las cajas, acolchonados y coloridos por el terciopelo, les aseguraron un buen descanso. Nunca supe si dormían pues tuve la precaución, antes de encerrarlos, de amordazarlos con tela adhesiva, banditas y diversos papeles pegostiosos que guardo en un cajón de la cocina.
Pero ya están afuera, un poco molestos, un tanto extraviados. Ahora me resta recordar para qué hice tantos. Mientras nos vamos a la tienda de la esquina, ya no tengo cigarros...
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martes, octubre 17, 2006
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