jueves, noviembre 25, 2004

cuentos del Roderico, II

Y sucedía que el ex jefe de Roderico, además de ser monero y desempleado, también era minimalista. Esto último no se debía a una postura estética sino a su falta de talento. Se rumoraba que en realidad era contador pero vivía aferrado al aroma de la tinta y a toda hora cargaba alguno de sus 33 cuadernos de dibujo que llenaba, frenéticamente, con sus garabatos.
Una de las tareas de Roderico, en aquél estudio hechizo, era la de sacudir, hoja por hoja, aquellos cuadernos preciadísimos para el monero-contador. Maldito el día en que mi mayordomo abrió el ejemplar aquel que despedía olor a mostaza (por quedarse olvidado 5 horas en un carrito de Hot Dogs). Ahí vió a la dichosa bailarina, por primera vez --en el cuaderno, no en el carrito--, tan frágil y estilizada como un moldadientes.
(Dato dramático: En este momento del relato a Roderico, de sus cuencas, le escurre algo que llamaremos lagrimillas).
Sí, se enamoró, como si una tachuela se le hubiese clavado en su óseo corazón. Roderico pudo robársela en ese momento arrancando la hoja de aquél cuaderno de perdición; pero él es fiel y mayordomo, nunca vándalo ni truhán.


no se equivoquen, la ingrata es la de la faldita rosa


Y a partir de ahí empezaron sus noches de desvelo, de horas dedicadas a dibujar y colorear peces floreados, árboles con manzanas y pastelillos coronados con cerezas. Dibujó todo aquello que se encuentra en el catálogo del dulce enamorado y, palabras suyas, con mejor pulso que el monero-contador.
Pero ocurre que hay historias sin estrella, y la de Roderico estaba despuntada. Aquel conjunto de palitos, o sea la bailarina, no bien encontraba un dibujo de Roderico se apresuraba a tachonearlo con sus patitas para enseguida huir y perderse en las hojas del cuaderno.

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