viernes, marzo 11, 2005

Ya lo dije antes, marzo es amarillo; y para confirmarlo, allá afuera, han pintado los edificios: ahora son tres grandes yemas sin cascarón. Me quedan unos minutos para tomarme este cafecito, y para alegrarme de que el servidor está vivo nuevamente. Mientras, sobre la impresora, Roderico sigue leyendo frases en latín: las lee en voz alta y se detiene unos segundos como para meditar. Le he pedido que me lea algunas, con traducción, a ver si de algo sirven para el desánimo. Le explico que hay temporadas de cansancio: se cansa el esternón, el seso, las manos, los omóplatos y sobre todo el ánimo. El zangolotea la cabeza, a lo mejor asiente, o comprende, o me da el avión. Se pone en la cabeza un sacapuntas rojo (dice él que es una mitra) y recita las sentencias en latín. De repente se detiene, sobresaltado. Veo ese brillo en sus ojos (perdón, cuencas). Supongo que otra vez se ha rellenado el vacío con diamantina. Pero no. Es el brillo de quien ha encontrado algo que buscaba con ahínco. Le pregunto qué pasó. No responde.
Se ha ido, apresurado, en busca de una aguja y telas (¿?)...
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