miércoles, septiembre 21, 2005

Llevo un rato leyendo un tal Codex Romanoff que, en teoría, es la transcripción de las anotaciones sobre cocina del mismísimo Leonardo Da Vinci. Tiene de todo un poco: recetas, descripciones de ingredientes y servicios, hasta comentarios personales de Da Vinci. Y entre páginas y páginas, diagramas de asadores innovadores, reformas para la cocina y hasta un rebanor de huevos automático (hermoso).
Pero las horas dedicadas a la búsqueda de pinturas renacentistas con comida de por medio han sido infructuosas. Busco y busco y estoy a punto de enloquecer entre tantos Via Cruxis, Anunciaciones, Juicios Finales, y más cruces, y llagas, e INRI y Magdalenas plañideras y vírgenes que asoman por cientos. Y claro que no me detengo a admirar las coposiciones o cómo de un Cristo a otro el claroscuro o el tono lívido de los pómulos es más sorprende que en otros. Busco comida y no la encuentro. Pero, al vuelo, me topé con este cuadro de Bellini, Cristo muerto entre ángeles que rompió mi observar cansino: es hermoso y no tengo tiempo para explicarme el por qué



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