Llevo un rato leyendo un tal Codex Romanoff que, en teoría, es la transcripción de las anotaciones sobre cocina del mismísimo Leonardo Da Vinci. Tiene de todo un poco: recetas, descripciones de ingredientes y servicios, hasta comentarios personales de Da Vinci. Y entre páginas y páginas, diagramas de asadores innovadores, reformas para la cocina y hasta un rebanor de huevos automático (hermoso).
Pero las horas dedicadas a la búsqueda de pinturas renacentistas con comida de por medio han sido infructuosas. Busco y busco y estoy a punto de enloquecer entre tantos Via Cruxis, Anunciaciones, Juicios Finales, y más cruces, y llagas, e INRI y Magdalenas plañideras y vírgenes que asoman por cientos. Y claro que no me detengo a admirar las coposiciones o cómo de un Cristo a otro el claroscuro o el tono lívido de los pómulos es más sorprende que en otros. Busco comida y no la encuentro. Pero, al vuelo, me topé con este cuadro de Bellini, Cristo muerto entre ángeles que rompió mi observar cansino: es hermoso y no tengo tiempo para explicarme el por qué
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