domingo, diciembre 21, 2003

Complejo de faro, eso tengo hoy. Así han de sentir los faros, no lo sé con certeza porque nunca les he preguntado. Ahí están, muy paraditos, hasta que su tiempo acaba y terminan rodando fragmentados, piedras ahí, piedras allá, y con suerte, se puede tener una leyenda, como aquél faro de Alejandría.
Allí está el faro recibiendo y despidiendo, como un gran cíclope, con su único-ojo-luminaria: los barcos parten, los barcos arriban, saltan ansiosos entre olas nocturnas buscando la costa. Y ahí está el faro, guiñando su único-ojo-luminaria --ven, ven; adiós, adiós--, observando el horizonte infinito, el horizonte a donde nunca irá; sólo le resta imaginar mundos bermellones, cobaltos, frutas sin cáscara y otros faros, igualmente estáticos, pero con sus únicos-ojos-luminarias.
Nada, que toda la familia se ha ido de viaje y yo me quedo aquí, jugando al faro; el colmo, aquí no hay albatros, sólo un gorrión dando ridículos saltitos.

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