jueves, diciembre 04, 2003

Existe un territorio donde las miradas se transforman y por un momento vuelven a poseer el brillo que se llevó Infancia; las miradas escurren por las superficies, por los rostros y se detienen para memorizar los objetos amados.
En aquel territorio, las miradas son olfato, son gusto, son tacto; y niños nuevamente no reparan en tocar y comer e impregnarse con todos los aromas --los niños son coleccionistas natos--. Las miradas se toman de las manos porque es en las líneas de las manos donde se guardan los grandes secretos.
Y lejos de aquel territorio ellas se pierden en los días. Mas el azar las reúne, se reconocen, se miran cómplices. Y en el rabillo del ojo traen escrito el nombre de aquel territorio, te quieros empalagosos --para los niños solo delicia-- y la memoria de los rostros, de las superficies y de los objetos amados que nadie ha de poseer.

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