jueves, junio 03, 2004

He dedicado horas-retina al poema en prosa, he dedicado tinta insulsa a defenderlo, a explicarlo, invocarlo, evocarlo... En realidad, si nadie lo lee-entiende-construye no tiene importancia. A ratos me fastidio de mis estandartes de paja. Sólo leo en solitario sin el afán de compartir nada, para qué.
Sí, en el aljibe debe flotar Gaspar de la noche, aunque sea una brizna de paja: va un fragmento y un grabado original de aquella edición memorable de 1836 (memorable para mí y para otros ociosos lectores).

La estancia gótica
(En La noche y sus encantos, libro tercero de Gaspar de la noche de Aloysius Bertrand)

¡Oh! ¡La tierra --murmuré a la noche-- es un cáliz aromado cuyo pistilo y cuyos estambres son la luna y las estrellas!

Y, con los ojos cargados de sueño, cerré la ventana, que incrustó la cruz del calvario, negra en la amarilla aureola de las vidrieras.



¡Si al menos no fuera a medianoche --la hora blasonada de dragones y de diablos--, sino el gnomo que se embriaga con el aceite de mi lámpara!

¡Si no fuera sino la nodriza que acuna con un canto monótono, en la coraza de mi padre, a un niño que nació muerto!

¡Si no fuera sino el esqueleto del lansquenete aprisionado en el revestimiento y que topa con la frente, con el codo y con la rodilla contra él!

¡Si no fuera sino mi abuelo, que desciende a pie de su marco carcomido y sumerge su guantelete en el agua bendita de la pila!

Mas no, ¡es Scarbo, que se muerde el cuello y que, para cauterizar mi sangrienta herida hunde en ella su dedo de hierro puesto al rojo en el horno!

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