sábado, junio 05, 2004

Será la lluvia, será la proximidad del día más largo del año o será lo primero que se me ocurra pero el entorno parece un caleidoscopio. Y no de aquellos primitivos de la infancia: llenos de trocitos de vidrio, papel metálico, cuentas y paredes de espejo. Más bien se trata de uno de esos, modernos, repletos de abalorios que se mecen en sustancias aceitosas. El entorno tiene algo de sicodélico, de espejismo, de turbulencia de anilinas. Sin embargo no soy yo la que se mueve: como ante el caleidoscopio sólo soy testigo.
Lo que es cierto es que el movimiento de otros derriba mis preciadas murallas (sí, estilo medieval). Me apresuro para redificar lo caído. Y no bien formo una línea de piedritas al norte, las murallas del este y del sur se vienen abajo. No hay más torre ni alminar ni torreón.
Trepidantes días estos; no queda más que correr como ciego buscando guarida: y los escondites, a veces, resultan inauditos (dulcemente inauditos).

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