miércoles, junio 09, 2004

Junio es malo para la inversión. Uno invierte horas-hígado-retina en trabajos y a la hora de la cobrada basta sacar la lista de colegiatura, reinscripción, útiles, uniformes para abrir el bolsillo del cual saldrá, al final, una polilla tuerta.
Sólo dos trabajos tienen V de vuelta; en lo que regresan dedico horas a un programa. Ok, un programa para crea otros de mis proyectos quijotescos. Y las preguntas, aunque viejas conocidas, brillan espeluznantes en el mouse: ¿pa qué pierdes el tiempo? ¿a quién carajos le importa esto? ¿enserio crees todo esto? ¿por qué no te pones medias y un trabajo honorable? ¿a qué sabe el sentido?... Claro que las hay, preguntas, más grotescas. Y aunque soy una experta en esto de la culpa nihilista (sí, ambos conceptos pueden ir juntos) no puedo evitar esconderme bajo las sábanas.
La respuesta siempre es la misma: huyo de la inevitabilidad. Porque conozco su rostro, su mano acogedora, su voz idéntica al canto de las sirenas. Como otros monstruos memorables, la inevitabilidad es color blanco. Todo monstruo engulle (bajo mis cánones). Y yo tiendo a ser un bocadillo apetecible.
Ok. Por eso seguiré con el niño-proyecto, hasta que encuentre más trabajo que pague el ojo de vidrio de mi polilla tuerta.

No hay comentarios: