martes, octubre 19, 2004

Ayer por la noche, después de suplir al tarot-master, guardé uno de los mazos que me acompañó a la clase no sin antes admirar cada arcano (es un mazo medieval). No creo que sea azaroso el hecho de que algunos arcanos mayores tengan mejor raiting que otros: La luna, El juglar, La torre, La estrella y Los enamorados se encuentran en el topten. Cada arcano tiene lo suyo, son insustituibles; pero sólo dos son umbral de iniciación: La luna y El ermitaño (o eremita).


El Ermitaño del tarot de Marsella


¿Alguien llega al éxtasis retinal cuando observa este El ermitaño? ¿Las multitudes quieren saber todo acerca de este arcano mayor? No. Aunque es la contraparte de El loco (con camino recorrido, experiencias y conocimientos a cuestas) los ojos prefieren la carta 0 (el loco) y no la 9 (el ermitaño). ¿Será que es el ermitaño y per se nadie se le acerca?
Para este arcano mayor se necesita una presentación más atractiva, porque su significado es el polo opuesto de lo que somos hoy en día: individuos que viven hacia afuera, activísimos, pero cuyo interior está oculto en las profundidades donde nadie lo vea (ni siquiera uno mismo).
El ermitaño encierra la prudencia, la paciencia, la sabiduría (que no cultura e inteligencia) y el aprendizaje a partir de lo vivido (no importa el cuánto sino el cómo). Representa al individuo que se retrae no en actitud de misántropo sino con afán meditativo; es aquel que se desprende de los atavismos impuesto sin caer en el desapego y en el caos. El ermitaño es guía, protector y refugio para otros. No lo mueve el dar para esperar retribución. La estrella, o luz, que le acompaña es la pureza a través de la iluminación de su yo amoroso. Como en todos los arcanos, el equilibrio entre luz y sombra es frágil. Un ermitaño oscuro es soledad, egoísmo y hermetismo.
Para colarlo en el topten de los arcanos mayores vale la representación del Tarot de Durero (a la usanza de Durero, más bien). Tal vez así no lo pasaríamos de largo.


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