viernes, octubre 29, 2004



Solemos usar elementos para nuestros rituales, o simplemente para nuestra cotidianidad; pero desconocemos sus significados o las historias que giran alrededor de ellos. Dentro de la ofrenda de Día de Muertos cada elemento tiene algo que contar. Y ya que todavía no monto mi ofrenda (ausencia de tiempo-dinero-esfuerzo), dejo algunos ingredientes por aquí:
LA SAL. Simboliza amistad y reunión, negarla es sinónimo de ruptura y enemistad. También simboliza la conservación y purificación. La ofrenda es re-unión entre vivos y muertos, y en ella la sal --como condimento-- restituirá los sabores a la comida ofrendada, mismos que fueron tomados por los difuntos. En algunas casas mexicanas, en los entierros, existe la costumbre de comer una pizca de sal antes de entrar al cementerio: la sal en nuestras bocas evitará que el alma del difunto (o de algún otro) se regrese al mundo de los vivos.
EL PAN. Es el símbolo del alimento esencial. Para los cristianos el pan de vida es Cristo, el pan sagrado de la vida eterna. El pan en la ofrenda es la evidencia de nuestra idiosincracia cultural. El pan representa la vida activa; su principio activo es la levadura; de ahí que el pan ácimo llame al estado contemplativo para la purificación interna mediante el sacrificio (la hostia es la heredera cristiana del pan ácimo judío).
El pan de anís, o pan de muerto, adquiere diversas formas; la más común es la de un domo coronado con huesitos, del mismo pan, y espolvoreado con azúcar. En algunos lugares se elaboran figuras humanas, animales, o guirnaldas de una masa más consistente (diferente al esponjosillo pan comercial).
EL PAPEL. Ya en la cultura azteca se empleaban el papel para elaborar vestimentas y figuras sagradas, entintándolos con hule derretido. El papel picado de las ofrendas es resultado del mestizaje: de España llegan técnicas antiquísimas de oriente (China, 105 a.C.) que son asimiladas por los artesanos mexicanos. El papel picado no sólo se utiliza en el altar, sino en fiestas varias. Cada pieza de papel picado exige horas de trabajo minucioso; el papel picado comercial (el que usamos) se realiza con suajes (y a destajo).
El papel simboliza la fragilidad e interactúa con uno de los elementos: el aire. Esta comunión da movimiento al altar y alegra la vista con sus colores y formas. En ciertos lugares se dice que el papel picado es una servilleta, o mantel hermoso, con el que los difuntos pueden limpiar sus bocas después de comer.
LA FLOR DE 400 PÉTALOS. Como toda flor, el cempasúchitl (marigold) simboliza la belleza de la vida y cuan efímera es; su color anaranjado se antoja el leif motiv de la ofrenda. Otras flores comparten la festividad: nubes blancas, crestas de gallo y terciopelos (púrpuras); y los aómaticos nardos que ahuyentan a los malos espíritus. Despojada o en maceta las flores señalan al elemento tierra (un puñado de ésta debe estar presente): la tierra como último destino del cuerpo material y final necesario para toda renovación (tierra fértil).
CRÁNEOS Y CALAVERAS. El cráneo, esqueleto de la cabeza posee una simbología diversa: es símbolo de sabiduría y elevación espiritual, es simple alegoría de la muerte, o promesa de renovación perpetua que acaricia la idea de la inmortalidad. Aún, en ciertos mitos, es némesis del universo: es el cráneo del gigante Ymir el que formó la bóveda celeste. Antiguamente los cráneos, de animales y rivales, se atesoraban bajo la convicción de que poseían las cualidades del sujeto. Todavía en los cuentos de fantasmas se preserva la creencia de que el cráneo es el hábitat natural del alma.
Este icono es testigo antropológico y camino abierto para la búsqueda del más universal de los enigmas: la muerte. Podríamos construir un osario de formas y letras de cualquier parte del mundo: apilar juntos a miquiztli (día del año azteca), a las danzas macabras europeas, al cráneo de Postumio que sirvió de copa, y al Jolly Roger de un corsario, y crear una nueva alegoría de humanidad donde las fronteras y las diferencias son apenas la astilla de un hueso:
La muerte, es democrática, ya que a fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera. J. G. Posada


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