De mis adicciones malsanas --o será que todas lo son-- está la de los blinkies, esas pequeñas marquesinas virtuales que suelen ser la comunión entre gráfica y alguna frase:
Hasta donde he visto, todas están en inglés; parece que no hay blinkeadores (aquél que hace blinkies) cuya lengua madre sea el castellano... Alguna vez intenté aprender a hacer estos ocios de pixeles, pero me detuve. Mis ocios culposos me eclipsan. Si algo no tiene una utilidad lo elimino: me ocurre que siento culpa al dedicarle horas a algo que no me lleva a nada, sólo al lúdico placer. Suena absurdo si hago recuento de mis actos: aprendí a usar el dreamweaver para colgar textos desconocidos en la red; dedico horas a hacer un platillo con la única finalidad de alegrar a mi gula; leo versos y versos y versos sentada y ociosa mientras tomo café y fumo mentolados como chimenea; veo los Simpson, Bob esponja y El Aprendiz porque me olvido de todo y me di-vier-to. Todo lo anterior no tiene utilidad alguna, nada es práctico, es un camino en espiral.
Y en mi intento de equilibrar lo útil y lo inútil, sacrifico ciertas inquietudes... como los blinkies. Pero suele ocurrir que algún cliente desee un letrerito, tipo marquesina, para colgar un "Preventa" en una página web. Y aprender a hacer blinkies es útil: es la vía para obtener un cheque con el cual pagar tanta estúpida deuda cotidiana. La culpa es como una garrapata, pero se ha ido a otros cuellos para que yo haga un blinkie en castellano...
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