lunes, mayo 30, 2005



De regreso de unas "vacaciones" sui generis. Los últimos días han sido de hospital, gasas, insomnios, blisters y el partner (véase esposo) en calidad de alcancía. Creo que ya se me pasó el susto --mismo que descubrí días despues de la programada operación--, y lo único que queda es cierta tensión: la cotidianidad, el monedero y el rubro laboral están diluidos. Demasiada realidad, aunque ésta sirva para sacudirnos, quitarnos polvo y rencontrar la veredita que alguna vez pretendíamos transitar. Falta ponerse en marcha, o que el entorno nos deje hacerlo, o que alguna ventisca llegue a mover todo.
El posible lector se preguntará qué tiene que ver la fresa con convalescencias y post operatorios, qué ocio gráfico provoca colgar la encarnada inflorescencia. Y nada. Y todo. En las cosas más vulgares se encuentra el sentido: así ocurrió con las "fresas gigantes de California" que compré en el súper. Tal vez su similitud con las heridas, o el rojo ambivalente, o el aroma que inundaba ese pasillo del supermercado (he creído que tienen aditivos aromáticos) me sacaron de algo parecido a una tibieza existencial.
He imaginado como laten los betabeles, he visto fenómenos de feria en los frascos de pepinillos, y he escapado de botargas inauditas por los pasillos de lácteos. El súper para mí es lo que aquel pozo para Alicia (aunque nunca he visto un conejo con guantes). Ahora también están las fresas, como trozos de carne no sanada, como la implosión de lo nunca dicho, de lo nunca escrito; escandalosamente rojas pero breves en la boca.
Es temporada de fresas. Habrá que morderlas para sentirse vivo, supongo.
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