viernes, junio 10, 2005



Cuando usamos el término "pensamiento mágico religioso" solemos asociarlo a las culturas antiguas, o a las "primitivas". Somos los adictos a la "modernidad", y tal es nuestra adicción que hasta nos creemos postmodernos, más allá de lo moderno, y catálogamos lo que se nos antoja de "retro".
Y nada. Seguimos de animistas, erigiendo totems y adorando dioses que nunca nadie ha visto. Basta pensar en la bolsa de valores, en las grandes corporaciones o en las deudas externas: se habla de "millones de dólares" aquí y allá, pero los tales millones son inmaterializables. No existen en papel moneda, no existe su peso en oro. ¿Dónde puedo admirar y enceguecerme con tantos millones? En ningún lugar, a lo sumo puedo aspirar a ver cifras y símbolos. He aquí nuestro pensamiento mágico religioso: $$$. Creemos en $, adoramos a $, tememos a $, y nuestra cotidianidad se rige por $. Es nuestra música, nuestro compás, nuestra civilización: $.
Las divinidades son omnipotentes. Y muy caprichosas (muy latinas, pues). Dentro de este "olimpo postmoderno" están las filiales, las franquicias y las sucursales, dioses harto abundantes que pueden ser adorados localmente o importados de otros lugares (para adorarlos también, claro). Y ocurre que las "guerras santas" son inevitables:
Cerca de la colina, en un centro comercial, existía un Café de la Selva que dentro de su amplio surtido de café ofrecía el "de casa" proveniente de alguna región de México y cuyo objetivo era el de impulsar y apoyar a los golpeados cafetaleros de nuestro terruño.
Se acabó la sabrosa mezcla "de casa", el Café de la Selva cerró. Parece que el coqueto Starbucks, que abrieron en el mismo centro comercial, les apañó la grey (perdón, clientela). Ahí se vende café importado de USA que previamente fue importado de Colombia. Ni hablar, la gandallez del intermediario internacional rifa.
Cualquier lugar es bueno para tomar cafecito, aunque es deseable (y tontamente idealista) tomarse un sorbo para apoyar ciertos proyectos si además el producto es de excelente calidad. Enfin, no estoy inscrita en ninguna ONG ni ando en la cruzada del Comercio Justo ni busco la etiqueta de Café Orgánico: tomen café donde quieran.
Pero, ¡ojo! En este caso Selva vs Starbucks parece que gran parte de la traidora grey (perdón, clientela) no fue seducida por el grano colombiano (el mejor, ni hablar) sino por ese estar inn que tanto gusta a nuestra clase media. O porque pronunciar Starbucks con acento es muy fancy (mejor reciten Blake, inútiles).
Veamos: es pasable que alguien endulce el café negro con azúcar, y ni qué decir de un buen tuco azucarado. Pero afirmar que el café Starbucks es de lo mejor cuando se usa Nutrasweet es la prueba de que si llenaran sus vasitos con café soluble (herejía) no notarían la diferencia. Mejor tomen agüita de limón...

nota 1: algunos menos fatalistas que yo sí dedican tiempo y esfuerzo a las cruzadas. Para enterarse, asustarse, indignarse y/o unirse vayan a Comercio con Justicia
nota 2: O firmen este curioso libro I hate Starbucks
nota 3: Y a modo de cruzada personal he decidido no ir a la nueva cafetería, ni a ninguna con el mismo sella. Bah.
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