Fue bautizado como Íñigo y con tal nombre vivió su infancia, su adolescencia y su truncada carrera como militar. En alguna de sus campañas fue gravemente herido y es en su convalescencia que una visión divina le muestra el camino en el cual Íñigo se transformaría en Ignacio de Loyola, y a su muerte --y trámites de por medio-- en San Ignacio. Si quieren conocer más sobre el fundador de la Compañía de Jesús (alias los famosos jesuitas) vayan allá que hasta estampita milagrosa obtendrán. Lo que no encontrarán es la referencia en la que el gran Ignacio niega a un personaje peculiar la entrada a la tal Compañía de Jesús.
El rechazado fue Guillaume Postel (1510-1581). Dedicó gran parte de su vida al estudio de las culturas de oriente y a la elaboración de alfabetos que facilitaron las traducciones del árabe tanto de obras pías como de textos variados (el traduce el Zohar). Después de un breve noviciado con los jesuitas, y tras ser rechazado, su vida se convierte en la del vagabundo, en la del loco visionario errante.
En 1547 conoce a la Madre Jeanne a quien considera como un segundo mesías encargado de la redención de las mujeres (para él, Jesús, sólo iluminó al sector masculino). Fue de los primeros teólogos defensores de los conceptos "tolerancia" y "universalidad" a nivel espiritual. Al final, después de viajes a oriente y a la sede de la Santa Inquisición, termina sus días preso en un monasterio. (Suertudo él que no ardió en leña verde).
El apellido Postel es familiar para los amantes de la Cábala y de los textos herméticos (como Paracelso, como G. Bruno). Pero es inexistente en los índices de los grandes personajes jesuitas, y de él no hay estampita milagrosa; aunque he logrado encontrar un grabado en la web. Ya el lector tendrá la libertad de imprimirlo y agregarlo a su bolsillo, ahí, junto a su San Judas Tadeo. Y a modo de oración añádanle esta cita de la obra de Hermes Trismegisto, va:
...el que ha aprendido a conocer a Dios, como está colmado de todos los bienes, tiene sus intelecciones de Dios mismo, y ellas no son semejantes a las de la muchedumbre. De ahí que aquellos que están en el Conocimiento no agraden a la multitud y que esta tampoco les guste a ellos. Los hacen aparecer como locos y son expuestos a la burla pública, se les odia y desprecia, y hasta puede que incluso se les de muerte. POIMANDRÉS (IX, 4)
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