viernes, octubre 07, 2005

En las farmacias o en las tiendas de autoservicio suelen estar a la venta sencillos juegos de goteros o dosificadores. Se ofrecen piezas de tamaños diversos y, en los juegos más complejos, existe por lo menos un gotero cuyo dispositivo es el de una jeringa. Así es posible administrar la vitamina, el antibiótico o cual fuere la sustancia curativa a modo de chisguete, para que ninguna garganta sea capaz de rechazar, vía la arcada, el líquido en cuestión. Y si existen los dichosos dosificadores es porque alguien determinó cuánto de esto o aquello debe suministrarse, dependiendo del peso, edad y/o tamaño del paciente.
Pero en la ambivalencia de las cosas, esa que suelo imaginar, existe también el afán dosificador unas veces impuesto por la naturaleza y otras por la natural administración del ser humano. Entonces todo lo que se puede aprender y aprehender es dosificado, y nuestra percepción debe contentarse con el goteo, aunque nuestra sed sea insaciable. Hecho que puede tornarse "sospechoso" cuando, en la dosificación, los núcleos de poder meten la mano. Ya recibimos gotas de noticias, de sucesos, de ideologías y demás parafernalia que rige nuestra historia; es entonces cuando uno se pregunta de qué nos curan, contra qué nos vacunan, a qué parte de nuestra esencia le es suficiente ese goteo "vitamínico".
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