No importa si ls encuentro en una revista, en un libro pedagógico o en la caja del cereal, los juegos visuales de "encuentre las 7 diferencias" me resultan enviciantes desde niña. Son el conjunto perfecto para provocar mi obsesión que, lo admito, puede rayar en lo patológico.
Pero estas neuronas torcidas a veces me llevan a extraños, y azules, territorios. Hace unos días, por el mentado trabajo, me topé con una imagen que juraba haber visto antes. Perdí horas-acción y horas-seso en descubrir dónde diablos la había visto por primera vez. Y mi inútil búsqueda encontró su inútil respuesta.
PROCEDIMIENTO: Quite, borre, elimine cualquier forma, color y textura de su memoria (cierre los ojitos un par de segundos, con eso basta. A continuación observe las dos imágenes, encuentre las coincidencias, detecte las diferencias:
y
Y ahora los autores. La primera imagen es de una tal Louise Williams (n. 1968). La segunda de Chagall, pintada en 1942. ¿Homenaje, coincidencia o copia vil? Eso no lo sé a menos que me topara con Louise para preguntarle "oye, qué onda con tu cuadro". Ahora bien, antes de leer los nombres ¿qué imagen les gustó? ¿una? ¿las dos? ¿ninguna? Habrá quien reconozca un Chagall de primera vista. Pero en estos asuntos del arte a veces creo que vende más la etiqueta que el producto. En lo personal me quedo con la mujer asirenada de Chagall y sus símbolos. Aunque el verdadero raiting de estos cuadros radica en la composición sobre ese azul infinito. Supongo.
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