En estos días asoman palabras como acadio, sumerio, hitita, Mesopotamia, Babilonia... todas ellas coinciden en mis fugas nocturnas (Age of Empires), en las cartas del tarot y en el repaso de una clase de tradición oral. Apenas el lunes menté a Ishtar, aquella diosa que dista tanto de las "vírgenes" del cristianismo. De su templo aún quedan muros azulísimos que son testimonio no sólo de rituales que violentan nuestra anquilosada moral, sino de la artesanía del esmalte.
Si uno invoca a esta deidad no sólo camina por corredores azules ni sólo observa a las mujeres en el templo que, una vez al año, podían ejercer "la prostitución" (sexo libre suena mejor); uno recuerda y regresa al librero para releer la epopeya de Gilgamesh (aquí los textos resumidos): descubrimos su pasión, su locura, su amor y su dualidad en ese personaje entrañable: Enkidu. Y releemos la aventura de este primer Noé, porque los diluvios no son © de la biblia:
¡Hombre de Shuruppak, hijo de Ubartutu,
derriba esta casa y construye una nave,
abandona las riquezas y busca la vida,
desprecia toda propiedad y mantén viva el alma!
Reúne en la nave la semilla de toda cosa viviente.
Que las dimensiones de la nave que has de construir
queden bien establecidas:
su longitud ha de ser igual que su anchura;
como a Apsu, dale un techo.?
Y uno se asombra de cómo el entorno se modifica: escribo letras virtuales mientras Gilgamesh se desintegra en tablillas de arcilla; y nombro a Ishtar y palabras como adulterio, castidad, virginidad y pecado se estrellan en el esmalte azul. No es bueno o malo, esto y aquello, sólo distinto. Algunas cosas quedan para el disfrute y/o estudio y otras, desgastadas, deberían erradicarse. (Un pequeño ensayo, en inglés, para aquél que quiera platicar con Gilgamesh).
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