jueves, octubre 30, 2003

memento mori. de craneos y calaveras 2



La calavera puede aparecer bajo diversos disfraces los que muestran parte de la tradición de un grupo social. En un lugar como este donde la posibilidad de devorar a la muerte azucarada se ofrece en los estantes de los mercados (y también en los anaqueles del súper), la transfiguración de la calavera puede resultar en cualquier cosa:
En el s. XIX se publicaron las primeras calaveras literarias, popularizadas en los talleres de José Guadalupe Posada; caricaturas de personajes de la época acompañadas de versos humorísticos, de sátira impecable (e implacable). Emulando un epitafio se exhiben defectos, actos corruptos, manías y todo aquello que alimente la certera ironía. Y bajo el estandarte de la sátira (como nuestros caricaturistas lo han hecho por generaciones) se logra el salvoconducto para manifestarse cuando la libre expresión es una quimera.
Posada, más allá de ser el padre de La Catrina, de re-crear el icono de la calavera y de ser gran grabadista, fue un hombre de conciencia política y buscador de las causas justas.
Paradójicamente sus huesos terminaron en una fosa común, aunque la inmortalidad (nuestro recuerdo) no se eleva en un monumento de mármol sino en sus trazos, nuestros ya, hechos en vida.
La muerte, es democrática, ya que a fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera.
J. G. Posada


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